Cristina, tú nunca lo sabrás pero hiciste que un hombre se enamorase de la luna. Es complicado de explicar pero todo se puede hacer. Nunca supo si estabas enamorada o no. Si vivías esta broma que tenemos por vida de manera solitaria o con ayuda. Todos anhelamos esa ayuda pero él quería la tuya. No quería la de nadie más. Solo la tuya. Quería tus labios, tus mejillas y tus buenos días.
Soñó con tenerte, con robarte, con apretar los dientes hasta que te quedases para siempre. Recordó tus pequeños ojos redondos e imaginó mirándole a mitad de la noche hasta volver a quedarse dormidos.
El problema vino cuando perdió el norte. Divagó demasiado con tu cuerpo que nunca tuvo. Con recorrer tu vientre con los dedos, contar las estrellas que tienes por lunares en la espalda. Y acto seguido vio a la luna. Siempre brillante en lo alto de todo. Da igual lo que pase, siempre estaba ahí para esperarle. Él te prefirió a ti, lo prometo Cristina. Quiso acabar sus días a tu lado y de tu mano. Pero se fue con otra. Otra que no tiene dueño. Solo faltaba de vez en cuando, pero joder, es que siempre volvía. Y cada vez brillaba más. Y solo para él.
Una vez te susurró todo lo que te quería pero lo susurró tan bajito que ni el mismo se escuchó.
Ahora vive con la luna en cada anochecer, se cogen del alma y a veces se aman hasta las manos.