Llevo mucho tiempo viviendo muy rápido. Vivo por y para otros. Me levanto muy rápido, no desayuno y voy corriendo a la oficina en donde hago algo que detesto y me importa bien poco lo que pase o no. Odio desde el primer minuto en el que entro hasta el último en el que me voy. Lo odio tanto que aún fuera del trabajo no sé desconectar de ese asco sublime.
Voy a comprar comida, carísima y de poco o ninguna calidad. Después voy a hacer deporte. Soy un adicto al deporte. Lo hago para poder despejarme del odio asqueroso que le tengo a mi día a día. De hecho, desde que me levanto por la mañana solo pienso en el momento en el que puedo ir a hacer deporte. Cada vez más y más.
Vivo una vida obligada. Vivo con personas que no me gustan. No es que sean idiotas, que lo son. Si no que no puedo tener un momento para mí. La sociedad me obliga a compartir mi vida obligatoriamente con este tipo de persona.
Mi ritmo de vida no me da para pensar. Ya no sé pensar. Me bloqueo. No sé planear mi futuro, ni calcular mis gastos, ni gestionar a mis amigos. Solo vivo en automático y se acabó.
Pero esto tiene que cambiar. Voy a no hablar más. Con nadie. Solo para mí. Cada vez quiero ser más solitario. No quiero hablar con nadie ni compartir con nadie. Estoy saturado de sociedad. Solo quiero leer, observar y aprender sobre mí y sobre todos.
Necesito un tiempo para mí. Para nadie más. No quiero compartir mi vida. Ni mis momentos, ni mi tiempo ni mucho menos mi dinero. Solo quiero una vida para mí y para nadie más. Eso es duro, pero más duro soy yo.
Va a ser un trabajo difícil, de mucho esfuerzo, contigo mismo y con los demás. No quiero depender de nadie. Solo quiero una vida entera para mí.