catorce de octubre | colegio

Yo nunca había sido como los demás. No me gustaba lo que le gustaba a todo el mundo y por supuesto, nadie le gustaba lo que a mí. Siempre estaba solo y fue una cosa con la que tuve que lidiar. No me gustaba pero cuando lo estás tanto tiempo, no te queda otra. Aprendes a hablar contigo mismo, a estar cada vez más a gusto hasta necesitar no tener compañía. Nunca supe que eso se iba a convertir en mi peor enemigo ya que tenía que ir a clase todos los días.

Ir a clase. Nadie sabe cuánto he llegado a odiar el ir a clase. El colegio. El mismo infierno. Cada día era una tortura eterna que parecía no llegar a su fin. Es curioso lo mal y solo que se siente uno cada día sin que nadie se dé cuenta. Quieres llorar y salir corriendo pero no puedes. No te queda otra que quedarte allí. Y por supuesto, llegar a casa no es mucho mejor. Ese es otro infierno, pero al menos me podía quedar escondido debajo de mi cama. Allí es donde de verdad me encontré a mí mismo. Cuando aprendes a hablar solo ya no necesitas a nadie más.

Soledad, silencio, tus propios pensamientos… el mundo sería perfecto si todo se quedase ahí, pero está claro que no. Un pensamiento que siempre recuerdo era que cuanto antes me fuese a dormir, antes me iba a despertar por lo que intentaba quedarme toda la noche inmerso en mis pensamientos, en mi ideas hasta que supongo que me dormía. Me dormí llorando muchas veces pero eso no me importaba. Me daba igual todo con tal de no tener que ir al colegio otra vez.

No entendía nada de lo que explicaban, la presión era enorme, ninguna de las asignaturas me gustaban. Veías como el mundo progresaba, avanzaba en su camino o tiraba la toalla. Todos menos tú. Como siempre, no estabas en ningún sitio.  No querías dejar de estudiar porque eso no llevaba a ningún lado y seguías perdido en la espiral del curso, que tampoco es que fueses a llegar a buen puerto. Siempre tan solo. Y perdido. No había manera de encontrarse. Todo eran dudas y más dudas, las cuales empeoraban cuando mirabas a los demás. Ninguno era, pensaba o actuaba como tú.

En fin. Al día de hoy, tampoco encuentras a nadie que se parezca a ti. Sigues sintiendo ese hueco vacío en el pecho y con ganas de llorar cada vez que llegas casa.

Supongo que ya se ha ido, esta vez ha durado un día, nuevo récord. Pero, ¿qué le podemos hacer? Seguir hacia delante hasta que nosotros mismos nos caigamos en nuestro hueco.

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