Cuando ves a una pareja conociéndose es tan bonito. Ambos tan nerviosos, no saben cómo actuar, qué decir. Una cosa muy graciosa es la regla de los “no espagueti” ¿Qué es esto? Es cuando van a comer fuera las primeras veces y no piden nada complicado de comer, ni con salsas para no mancharse la comisura de los labios. El enemigo número uno son los espaguetis. Una ensalada es la clave, no lo olvides.
Son tan adorables, ella rubia y preciosa, el, musculado y perfecto. Se huelen sus nervios a miles de kilómetros. Se ríen por casi todo, dicen tonterías y no saben dónde poner las manos. Más bien ella, porque él no para de moverlas todo el rato, que casi le tira la copa de vino encima.
Esa es otra. El alcohol. Se empieza con cañas, se pasa al vino y por último, la mítica y recurrida copa, que no es más que una excusa para ir a un sitio donde no haya luz, emborracharse para perder el miedo y que él le tire al boquino, los cuales huelen a ensalada cesar y gin-tonics. (Nadie bebe otra cosa que no sean gin-tonics últimamente)
Y el amor se hizo. Oh, qué bonito. Muero de la dulzura. Todo es tan genial al principio. Luego la cosa se muere, hay gente que lo ve y huye y los cobardes, que viven con el muerto por falta de coraje a salir corriendo. Pero bueno. El principio es lo que mola. Los nervios en la barriga, las famosas mariposas, él me ha leído y no me ha contestado, ¿qué le contesto a esto?, no sé dónde quedar para no parecer un pringado, ¿cómo me voy a poner eso? Pago yo, ya pagaste la última vez… Me pregunto hasta cuando dura esta magia ¿hasta que se tiene confianza? ¿Y qué es confianza? ¿Mirarle el culo a otra delante ella? ¿Hablar con otro a sus espaldas? No lo sé y creo que no quiero saberlo.
En fin, algún día volveré a estos principios. Cuando se acaben los muertos y los niños salgan del colegio.